Para la mayoría, un sorbo de café o el chasquido de un bolígrafo puede ser un sonido pasajero. Pero para quienes padecen misofonía, estos estímulos son una fuente de angustia, rabia o ansiedad extrema. Este trastorno neurológico, cuyo nombre proviene del griego y significa “odio al sonido”, afecta al sistema nervioso y genera respuestas intensas de lucha o huida ante sonidos cotidianos como masticar, respirar fuerte o teclear.
Aunque no está reconocida oficialmente por la Asociación Americana de Psicología ni figura en el manual de diagnóstico psiquiátrico DSM-5, la misofonía ha ganado atención médica y científica. Se estima que entre un 5 y 20 % de los adultos la sufren en mayor o menor grado.
Según Jane Gregory, psicóloga de la Universidad de Oxford, “no se trata solo de una molestia: el cerebro interpreta esos sonidos como amenazas y activa una reacción desproporcionada”. Gregory, autora del libro Sounds Like Misophonia, relata que desde pequeña no podía concentrarse por el arrullo de las palomas o los clics de los bolígrafos en clase.
Investigadores como Jennifer Brout, de la Red de Investigación de Misofonía, exploran su posible origen en mecanismos evolutivos de defensa. Según explica, “escuchar masticaciones o estornudos podría haber sido una señal de peligro o de patógenos en tiempos prehistóricos, pero ahora el sistema se activa incluso con sonidos inocuos”.
Algunos casos aparecen después de eventos traumáticos, y se ha observado que la misofonía puede coexistir con otros trastornos como ansiedad, depresión, autismo o TDAH. También hay indicios de un posible componente genético, aunque aún no se han identificado genes relacionados.
CÓMO SE DIAGNÓSTICA Y CUÁL ES EL TRATAMIENTO
El diagnóstico se realiza con herramientas como el cuestionario de misofonía de Duke, que mide el impacto de los sonidos en la vida diaria. Para niños, existe la Escala de Misofonía de Ámsterdam, ya que muchos pacientes recuerdan síntomas desde los 8 años.
Actualmente no existe cura. El tratamiento más efectivo es la terapia cognitivo-conductual (TCC), que busca reentrenar al cerebro para interpretar los sonidos como molestos, pero no amenazantes. Según estudios realizados en Países Bajos y EE.UU., esta terapia ha mostrado mejoras en hasta el 50 % de los casos.
En paralelo, se investigan otras alternativas como la estimulación cerebral. Además, en octubre de 2024, el Fondo de Investigación de la Misofonía destinó 2,5 millones de dólares para profundizar en estudios sobre este trastorno. Su directora, Lauren Harte-Hargrove, asegura: “Queremos que la misofonía obtenga un código oficial de enfermedad para que pueda ser tratada y cubierta por los seguros médicos. Muchas personas han sufrido en silencio por años”.