Desde que falleció a causa de la fiebre amarilla, este niño libre de pecados es el autor de una serie de milagros. Curó el cáncer a un hombre, mantiene con vida a una mujer que padece la misma enfermedad y ayuda a otra persona para llevar una vida mejor.
El inicio de esta devoción se dio cuando una antigua devota empezó a hablar con la estatua frente al nicho del niño. La mujer le contaba sus problemas laborales y las complicaciones de salud de sus seres queridos. Cuando regresó a casa, sus parientes habían sanado y ese mismo día consiguió trabajo.
Al lado de la tumba, en la sala 5 del Presbítero Maestro, hay una serie de placas que sus devotos han puesto en señal de agradecimiento. La tumba de ‘Ricardito’ está adornada con flores y chocolates que sus fieles le dejan.