Corría enero del 2018 cuando el Perú se convirtió por unos días en el corazón de la Iglesia Católica. Miles de fieles se congregaron para recibir al Papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano. Fue en la Nunciatura Apostólica de Jesús María donde el Santo Padre encontró descanso tras sus intensas jornadas. Hoy, ese mismo lugar se ha transformado en un espacio de memoria viva y recogimiento tras su fallecimiento.
Al ingresar, la capilla recibe a los visitantes con el mismo silencio solemne que guardó las plegarias del Papa por los más pobres y contra la corrupción. Allí, autoridades del gobierno como la presidenta Dina Boluarte, el premier Gustavo Adrianzén y el ministro de Justicia, Eduardo Arana, dejaron sus condolencias en un libro dispuesto para que todo el pueblo peruano pueda también expresar su dolor y esperanza.
En las paredes del primer piso, los retratos del Papa Francisco acompañan el recorrido, reflejando su humildad y cercanía. Sobre una mesa, una orquídea adorna la fotografía del Santo Padre y, frente a ella, se encuentra el solideo —el pequeño gorro blanco que llevó durante su visita al Perú— conservado como un recuerdo imborrable de aquellos días de fe y unidad.
SU LEGADO PERMANECE INTACTO
El histórico balcón de la Nunciatura, desde donde Francisco bendijo a los fieles, revive hoy como símbolo de continuidad espiritual. Años antes, el mismo lugar fue ocupado por San Juan Pablo II. Entre flores enviadas por el Congreso, la ONPE y el RENIEC, el legado de Francisco permanece intacto: una voz de ternura y firmeza que supo hacer del amor cristiano un acto cotidiano.